1777. Un nuevo periodo de separación de Abigail acecha cuando nombran a Adams ministro plenipotenciario de Francia junto con Benjamin Franklin. Abigail insiste que Adams se lleve a su hijo John Quincy. Los dos tienen que soportar un duro viaje transatlántico y una escaramuza con un barco británico en su camino hacia Francia. Allí, la diferencia de estilos entre Adams y el calmado y epicúreo Franklin se hacen aparentes. Mientras Abigail agasaja a un almirante francés, Adams aguanta una serie de incómodos encuentros en París y sus exigencias para que Francia aumente su compromiso naval en la guerra en América despierta la ira de Franklin, cuyo credo es que un buen diplomático «puede conseguir mucho aparentando conseguir poco». Enfadado tras descubrir que Franklin ha sido nombrado ministro de Francia, Adams acude a Holanda para solicitar fondos, pero sin mucho éxito. Después de enviar a John Quincy a Rusia para trabajar como secretario del ministro americano allí destinado, Adams cae víctima de la fiebre y es incapaz de progresar en la revolución que había desatado.